Verdadera adoración y verdadera libertad
19 - Marzo - 2024

La incansable pulsión humana de tratar de engañar a Dios con ridículos legalismos

     Ocurrió el pasado mes de marzo. El viernes día 3 de ese mes, la Sociedad gastronómica de Bilbao había programado una comida de socios con una alubiada, un plato con alubias, chorizo, tocino, costilla, berza y guindillas de Ibarra. En principio perfecto, pero había un problema, ese día era viernes de Cuaresma y algunos miembros de la sociedad no podían comer carne, así que iban a comerse las alubias con berza y guindillas. Y, claro, no es lo mismo.

     Ante esta disyuntiva, uno de ellos le pidió al obispo de Bilbao la dispensa para poder comer carne. Y el obispo consideró que, como no podían cambiar las fechas de la comida, se les permitía la dispensa “por la gracia de Dios y de la Sede apostólica”, pero debían sustituir la abstinencia por la lectura de la Biblia, dar limosna, otras obras de caridad o ir a misa. “La alubiada bien vale una misa” debió pensar el que pidió la dispensa.

     Esto, que se queda en la anécdota creo que tiene que ver exactamente con aquello que Jesús denunció. Una religión basada en ritos y normas que puede llevar a la hipocresía o al legalismo.

     El evangelio de Jesús es todo lo contrario a esto. Es verdad que los cristianos sí tenemos mandamientos que cumplir. Pero unos mandamientos que, como dice el apóstol Juan, no son gravosos, sino que son fruto de su santidad y de su amor. De un Dios que quiere lo mejor para nosotros.

     El apóstol Juan también dice que amamos a Dios cuando guardamos sus mandamientos, tal y como Jesús le enseñó. Los cristianos estamos bajo la ley de Cristo, basada en el amor, la libertad y la obediencia. Y es bajo esta ley donde encontramos la verdadera libertad. Fuera de ella, caemos en la esclavitud. Hay dos tipos de esclavitud: la del legalismo cuando se imponen normas que no son de Dios (Gálatas 5:1) o la del pecado, cuando nos tomamos libertades que Dios no nos ha dado (Gálatas 5:13). En ambos casos, nos convertimos en esclavos, lejos de la libertad que sólo encontramos dentro de la voluntad de Dios.

     La cruz de Cristo nos libera de toda esclavitud y nos marca los límites de su voluntad en los que podemos disfrutar plenamente de esa libertad. Estos límites no son negociables, no es una religión a la carta, en la que decido lo que me interesa o lo que no, en la que hago algo que sé que es pecado, pero lo compenso con leyendo la Biblia o dando más ofrenda. Esto no funciona así.

     Escoger a “quién servir” es una decisión personal, como Josué le dice al pueblo de Dios. Pero “cómo servir” no es una decisión nuestra, es decisión de Dios. No busquemos recovecos o lagunas en su Palabra para hacer lo que nos agrada, sino busquemos su voluntad revelada en su Palabra para hacer lo que a Él le agrada.

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