Estad preparados
26 - Diciembre - 2023

La persona que se espera el acontecimiento de algo, se prepara y cuenta los días hasta su llegada

     La higuera nos ha enseñado a discernir las señales de los últimos tiempos (Mateo 24:32), pero teniendo claro que poner fecha a la segunda venida del Señor como si pudiésemos viajar en una máquina hasta el momento exacto del futuro, es una quimera que falsos profetas se atribuirán a lo largo de la historia como ha ocurrido en múltiples ocasiones. Lo único que debemos hacer es estar preparados ante el anuncio de lo porvenir; es como cuando una nación señala que comenzará una guerra, pero sin perder el factor sorpresa, siempre clave para ser decisivo.

     El gran secreto

     “Sus ángeles en los cielos ven siempre el rostro de mi Padre que está en los cielos” (Mateo 18:10). Sin embargo, a pesar de estar en la presencia de Dios permanentemente y administrar las cosas que ahora nos son anunciadas (1ª Pedro 1:12), no pueden saber la fecha del retorno de Cristo, y nosotros tampoco, sólo el Padre (Mateo 24:36). Por otro lado, en algunos manuscritos leemos “ni el Hijo”, y la mayoría de los comentaristas actuales coinciden en que estas palabras deben figurar. Jesús se hizo un verdadero hombre y afirmaciones así, nos descolocan, pero confirman esa bendita realidad. De la misma manera, otras declaraciones como la pronunciada en Getsemaní: “Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa” (Mateo 26:39), o “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mateo 27:46), son un misterio para nosotros, porque pertenecen a la relación íntima entre el Padre y el Hijo, aunque Dios mismo ha querido que las escuchemos.

     En primer lugar, en Jesucristo se evidencian dos naturalezas, la divina y la humana en una sola persona. La necesidad de humanidad según Louis Berkhof, se debe a que el hombre pecó y era necesario que el castigo lo recibiera el hombre. Además, la paga del castigo envolvía el sufrimiento del cuerpo y del alma, en tal forma que sólo el hombre es capaz de sufrirlo (Hechos 3:18). Por otro lado, en el plan divino de salvación era esencial que el Mediador también fuera verdadero Dios por tres motivos:

     1. Presentar un sacrificio de infinito valor que diera perfecta obediencia a la ley de Dios.

     2. Soportar la ira de Dios con propósito redentor, es decir, para liberar a los otros de la maldición de la ley.

     3. Aplicar todos los frutos de su trabajo cumplido a aquellos que recibieran a Cristo mediante la fe.

     Teniendo esto en cuenta, entendemos como explica Ernesto Trenchard, que el Hijo, no obra en independencia del Padre. Hay declaraciones del Hijo en Juan que, a primera vista, no concuerdan con la igualdad de su sustancia y voluntad con el Padre: “No puede el Hijo hacer nada de por sí, sino lo que ve hacer al Padre”, “porque no he hablado de por mí, mas el Padre que me envió, él me ha ordenado lo que debo decir y cómo debo hablar” (Juan 5:19; 12:49). Así la contradicción de estas declaraciones desaparece cuando entendemos que tienen que ver con la misión que el Hijo realizó según el consejo eterno del Trino Dios como Siervo de Yahweh, donde quiso subordinarse a los términos y condiciones de su comisión hasta entregar todos los dominios reconciliados y sumisos al Padre (Hechos 10:7; 1ª Corintios 15:24).

     En este caso, también pensamos en la omnisciencia de Dios. En el evangelio de Juan vemos como Jesús “no tenía necesidad de que nadie le diese testimonio del hombre, pues él sabía lo que había en el hombre” (Juan 2:25), esto sugiere tanto el corazón de todos los hombres como la naturaleza más íntima de cada uno (Juan 1:48-49; 4:17-19). Pero, no saber la fecha de su segunda venida, queda englobado en la información recibida de forma temporal en cuanto a su humanidad y misión a desarrollar en la primera venida.

     Evis L. Carballosa lo expresa diciendo: “la Segunda Persona, se sometió a Sí mismo a una autolimitación durante un tiempo, para cumplir la soberana voluntad de Dios en nuestra salvación. El no saber ni el día ni la hora de su Segunda Venida fue una autolimitación del área de su humanidad, es decir, en el área de su mente humana, tal como el tener sed fue una limitación en el área de su cuerpo físico”.

     Quizá la lección más importante sobre esto, la resume David F. Burt: “El hecho de que Jesús mismo desconozca el día y la hora de la parusía, lejos de ser para nosotros motivo de perplejidad o de debate teológico, debe ser motivo de gran consuelo. Si nuestro mismo Señor pudo vivir santa y coherentemente con solo un conocimiento parcial de las cosas que habían de ocurrir, ¡cuánto más nosotros!”.

     Como en los días de Noé

     Jesús nos traslada a los tiempos de su siervo Noé, quien vivió en su generación como alguien ajeno a las políticas de pensamiento y desarrollo de la época que se alejaban cada día más de Dios. Esto encaja en nuestros días, a la luz de los acontecimientos que vivimos hoy, donde en palabras de los jóvenes parecemos unos “frikis” (freak), o personajes extraños, de otra época, por nuestra forma de esperar el cumplimiento de la Palabra de Dios.

     Pese al anuncio reiterado de la segunda venida de Cristo y el consuelo para los que le esperan, el miedo afectó a la humanidad al final del primer milenio d.C., donde podemos tomar como un ejemplo la descripción de Tom Holland, al relatar la llegada de los cruzados a Jerusalén: “Y al final, una vez perpetrada la masacre, cuando toda la ciudad estaba empapada de sangre coagulada, los triunfales soldados de Cristo, llorando de alegría e incredulidad, se reunieron ante el Sepulcro del Salvador y se arrodillaron para adorarlo, invadidos por el éxtasis. Mientras tanto, todo era calma en el Monte del Templo, donde se había vaticinado que se materializaría el anticristo en el fin de los días, entronizado en medio de una terrible gloria iluminada por las llamas. La masacre en el Monte del Templo había sido especialmente atroz y no había quedado ni un solo ser con vida. Con el calor del verano, los cadáveres empezaban ya a desprender hedor. Y el anticristo no apareció”. Sin embargo, a medida que pasa el tiempo, los hombres viven con aparente normalidad, como si la Palabra de Dios ya no fuera con ellos hasta expresar de forma desafiante: “¿Dónde está la promesa de su advenimiento?” (2ª Pedro 3:4).

     El materialismo, relativismo y hedonismo se han apropiado de los valores de nuestro mundo que ya no espera una intervención divina y mira a Dios con desgana, ironía y una renovada necedad (Romanos 1:21-22). El problema es que el escepticismo como la carcoma, vaya minando también la forma de pensar de la cristiandad. Noé nos hace ver cómo Dios puede levantar una obra monumental que al mismo tiempo permanece invisible para casi todos. Al mirar a otro lado, lo único que los hombres sabían hacer era vivir para sí mismos, celebrando bodas y otros banquetes y apagando su espiritualidad de forma intencionada. El temor de Dios (Proverbios 1:7), y sus juicios, había desaparecido, pero llegó “el día en que Noé entró en el arca” (Mateo 24:38). Del mismo modo, la venida de Cristo será motivo de salvación o perdición, dado que una parte de la humanidad estará alerta y otra dormida.

     Hendriksen dice: “¿Qué hay de malo en estas actividades, o con comprar, vender, plantar y edificar?”. La respuesta es “Nada”, son cosas con las que podemos glorificar a Dios (1ª Corintios 10:31), “Pero cuando el alma se ve completamente envuelta en ellas, de modo que asuntos como estos llegan a ser un fin en sí mismos, y se descuidan las tareas espirituales, ya no son una bendición, sino que se han convertido en una maldición. Han llegado a ser evidencias de un materialismo vulgar, seguridad falsa y con frecuencia de frío egoísmo”.

     Cataclismo

     La palabra usada para diluvio es “kataklismós”, se trata de una catástrofe de dimensiones bíblicas. El desastre ya ocurrió en tiempos de Noé y se repetirá porque la humanidad no aprende de sus errores. El motivo de todo esto es la falta de entendimiento: “no entendieron” (égnosan), que proviene de “ginósko”, es decir, conocer por experiencia. La mente de los hombres en el diluvio se cerró paulatinamente por causa de su incredulidad, y en la segunda venida de Cristo, el problema será el mismo, una falta de discernimiento absoluto al tener embotados los sentidos espirituales. Sin una experiencia íntima con Dios, la frialdad espiritual y la incredulidad caracterizaron a los primeros tiempos de Noé y así será con los últimos momentos de este mundo. Por tanto, sólo queda el juicio, dado que Dios “no perdonó al mundo antiguo, sino que guardó a Noé, pregonero de justicia, con otras siete personas, trayendo el diluvio sobre el mundo de los impíos” (2ª Pedro 2:5).

     Conviene recordar la enseñanza de Juan de Valdés: “El deber de toda persona cristiana es tener siempre delante de sus ojos la venida de Cristo, esperándolo cada día y cada hora sin descuidarse, si es posible, ni un momento; y cuánto sea útil y provechoso a las personas cristianas este continuo cuidado para mantenerlas en el deber cristiano, para hacerlas vivir en la presente vida como muertas, viviendo una vida muy semejante a la que se ha de vivir en la vida eterna, lo saben por propia experiencia los que, siendo verdaderos cristianos, atienden a vivir cristianamente”.

     Tomados o dejados

     A todo ser humano le afecta lo que va a ocurrir. En realidad, lo anormal es lo normal. Dios romperá con nuestras rutinas nuevamente, de forma repentina, como pasa en las inesperadas catástrofes. En este caso, dos hombres estarán en el campo (Mateo 24:40), trabajando como todos los días, ambos se han levantado como si ese día fuese otro cualquiera, pero no es así, uno será tomado o “recogido por los ángeles” (Mateo 24:31), y otro no. Uno se encontrará con el Señor en el aire para estar siempre con él, pero el incrédulo no (1ª Tesalonicenses 4:17).

     Dos mujeres estarán moliendo (Mateo 24:41). En Israel se pueden observar molinos en los que hay una piedra inferior que está en el suelo. En la parte de arriba hay otra que se mueve mediante una clavija cerca de la orilla. Una mujer se sienta en el suelo (Isaías 47:1-2), sujetando el molinillo entre sus rodillas, la otra está de cuclillas en el lado opuesto, una estira la clavija hacia ella la mitad del círculo, la otra la agarra arriba y abajo para completarlo, o una afloja y la otra estira. Con una mano libre se va echando el grano en el orificio de la piedra que se revuelve y van cantando mientras realizan la faena (Eclesiastés 12:4). Lo normal es que sean familia, o amigas que se ven cada día y han cultivado una buena amistad. Por tanto, el dolor por la ruptura de la separación inesperada será indescriptible como pasa con una muerte repentina, cuánto más descubrir que no hay posibilidad de creer en Cristo quien había sido anunciado por los que se van con él. Está claro que Jesús no anuncia que todos se salvarán, la diferencia entre los que se quedan tras apegarse a lo terrenal y los que miraban a los cielos, es evidente (Colosenses 3:1-4).

     Entonces, velemos

     La conclusión es clara, es triste cuando tras una pequeña catástrofe como la pandemia por la COVID-19, en comparación con las que se anuncian en las Escrituras, seguimos adheridos como lapas a soluciones humanas para salir adelante sin reflexionar, ni mirar al cielo. Si en medio de cataclismos como el volcán de La Palma y otros similares, no buscamos a Dios para ser salvos del pecado, sabiendo que la paga del pecado es la muerte (Romanos 6:23), es que estamos completamente ciegos.

     Jesús nos dice que tenemos que velar (Mateo 24:42), esto implica que esta sociedad está dormida, mientras la Iglesia del Señor vigila en oración. Pablo lo explica diciendo: “No durmamos como los demás, sino velemos y seamos sobrios” (1ª Tesalonicenses 5:6). En este mandato, aparece un matiz importante, estamos esperando a “nuestro Señor”, y sólo resta saber el momento de su venida. Hay una relación íntima de sometimiento y lealtad a su señorío que llega a interiorizarse hasta el punto de anhelar su regreso continuamente, sabiendo que viene en breve: “Amén; sí, ven, Señor Jesús” (Apocalipsis 22:20).

     Cuatro parábolas del advenimiento

     A partir de aquí Jesús reforzará su enseñanza con cuatro parábolas:

     1.- La parábola del dueño de la casa (Mateo 24:43-44).

     2.- La parábola del siervo malvado (Mateo 24:45-51).

     3.- La parábola de las diez vírgenes (Mateo 25:1-13).

     4.- La parábola de los talentos (Mateo 25:14-30).

     La primera parábola es la más sencilla y van creciendo en extensión, pero todas nos llevan a la misma advertencia, debemos estar preparados velando y orando (Mateo 24:42). En primer lugar, consideramos cómo en aquella sociedad, la mayoría de las casas estaban hechas de adobe, si un ladrón quiere robar debe realizar un agujero cuando todos duermen de la forma más sigilosa y a la hora más inesperada posible para tener éxito. Si el dueño de la casa lo supiese, estaría con sus armas preparado para la acción, aunque no durmiese en toda la noche (Mateo 24:43). Pablo enfatiza esto al decir: “vosotros sabéis perfectamente que el día del Señor vendrá, así como ladrón en la noche” (1ª Tesalonicenses 5:2). Pedro dice que “el día del Señor vendrá como ladrón en la noche; en el cual los cielos pasarán con grande estruendo, y los elementos ardiendo serán deshechos, y la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas” (2ª Pedro 3:10). Esto mismo escucha la iglesia de Sardis: “Acuérdate, pues, de lo que has recibido y oído; y guárdalo, y arrepiéntete. Pues si no velas, vendré sobre ti como ladrón, y no sabrás a qué hora vendré sobre ti” (Apocalipsis 3:3), y más adelante el Señor afirma: “He aquí, yo vengo como ladrón. Bienaventurado el que vela, y guarda sus ropas, para que no ande desnudo, y vean su vergüenza (Apocalipsis 16:15).

     Está claro que cuando menos pensemos que la segunda venida del Señor puede producirse, en ese momento ocurrirá. Si conocemos a Dios, sabemos que siempre nos sorprende. De hecho, cada día lo hace maravillándonos con sus promesas, y así ocurrirá cuando nuevamente se haga manifiesta su presencia en este mundo.

     Estemos preparados

     El erudito A.T. Robertson, en su Comentario al Texto Griego del Nuevo Testamento dice: “Es vano e inútil establecer el día y la hora de la venida de Cristo… pero es una locura ignorarla”. La segunda venida del Señor no nos permite vivir como si pudiésemos perder el tiempo pensando que resta mucho, para ocuparse sólo de lo que ofrece este mundo. El Señor nos puede llamar a su presencia ahora o venir a este mundo en breve, porque los acontecimientos del fin se desarrollan en un corto espacio de tiempo, y su regreso será sin previo aviso. Por tanto, estemos alerta si hemos creído en él como Señor y Salvador, preparados para lo más sublime y excelso, contemplar su gloria.

     Este artículo ha sido publicado en la revista Edificación Cristiana y cuenta con la autorización personal y directa de su autor para reproducirlo en Jeitoledo.com.

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