

Al pulsar este enlace
doy por entendido que no eres salvo, pero quieres serlo. Tal vez te encuentres
confundido después de haber seguido muchos caminos que parecían derechos, pero que
al poco de recorrerlos quedaste con la misma desazón e inquietud que tenías.
Así que probablemente
hayas entrado aquí receloso, pero sientes una carga espiritual, y tienes muchas
dudas que necesitas satisfacer. Bienvenido. Hemos dispuesto este apartado para
ayudarte. Tolo lo que te vamos a pedir es que pongas atención durante apenas
unos minutos, que pueden cambiar completamente tu vida, tanto en la dimensión cotidiana,
como en la eterna.
Vamos a empezar por
explicarte algunas ideas básicas de la salvación. Comenzaremos por la parte de ella
que le corresponde a Dios. Mas adelante trataremos de la parte que te
corresponde a ti.
Empecemos…
1.
La parte que le corresponde a Dios.
El primer hecho al
cual tiene que hacer frente toda persona mientras medita sobre sus relaciones
espirituales con Dios, es el hecho del pecado.
Todo ser humano tiene,
en cierto grado, conciencia de pecado, aun cuando no desee reconocerlo
abiertamente.
Cuando una persona
quiere orar o volverse hacia Dios en algún momento de necesidad, casi de
inmediato surge dentro de si mismo esa innata conciencia de pecado e
indignidad.
¿Cómo puedo
experimentar lo que es tener comunión con un Dios que es santo? Estas es una de
las primeras preguntas que invaden el pensamiento del alma que busca a Dios.
Esta conciencia de pecado no es un mero efecto de las enseñanzas recibidas
durante la niñez, ni es tampoco patrimonio exclusivo de quienes leen y conocen
Con respecto a los
paganos que están en tinieblas en cuanto a
Tú también tienes que
hacer frente a este hecho inalterable que es el pecado, si no lo has hecho ya.
Cuando comienzas a
considerar el asunto de tu salvación y reconciliación con Dios, te das cuenta
de forma inmediata de esa barrera de pecado que, como una muralla infranqueable,
se levanta entre ti y Dios. Tu conciencia te dice que has pecado. Si eres
honrado contigo mismo has de reconocerlo. La voz acusadora del Espíritu de Dios
te dice que has pecado. Y sobre todas las cosas,
El testimonio de
Junto con esta
conciencia de pecado, surge también dentro del corazón humano una conciencia de
la santidad y justicia de Dios. Dios es puro y santo. Todos lo reconocen. Dios
es justo, luego, no puede permitir ni tolerar el pecado. Si lo hiciera, no
sería Dios, pues un Dios que disimulara ante la maldad, no poseería los
atributos ó el carácter indispensable de
Un juez honesto en un
tribunal, debe castigar toda delincuencia. Si no lo hace, debe ser destituido
por causa de su injusticia. Ningún juez puede eludir su responsabilidad de
dictar la sentencia con que la ley castiga al infractor. Un juez justo no se
atrevería nunca a perdonar ó indultar a una persona que sabe que es culpable.
Su posición de magistrado, de acuerdo a nuestro alto concepto de
Pero hay otro hecho
indiscutible: Que Dios ama a los hombres
aun cuando son pecadores. El amor de Dios es uno de los principales temas
de las Sagradas Escrituras. Dios ama a toda la raza humana, a cada uno de los
descendientes de Adán. Dios te ama a ti en virtud de que eres un ser humano
creado por él. No se requiere ninguna otra condición para entrar en el campo de
su amor. Cuando no puedas contar con ninguna otra cosa en el mundo, siempre
podrás contar con el amor de Dios. Cuando todos los amores humanos han
terminado, ó te hayan sido retirados, aun podrás descansar sobre el hecho de
que Dios te ama.
En realidad, mi
querido amigo, no hay razón alguna para dudar de esta gran verdad.
El amor de Dios hacia
los hombres fue ilustrado bellamente por Jesús en la parábola del hijo pródigo,
que se encuentra en el capítulo 15 del evangelio de San Lucas. Aunque aquel
hijo se había extraviado, marchándose a una tierra lejana, y había caído muy
hondo en el pecado, el padre seguía amándole, y cuando volvió a él arrepentido,
le recibió de vuelta con lágrimas de alegría y con el beso del perdón.
Dios es, además, por
cierto, un Dios de misericordia. La misericordia y el perdón siempre marchan
juntos. Nunca puede existir la una sin el otro. En Dios mora el amor, y del
mismo modo, mora también la misericordia. Una misericordia infinita, sin
límites. El salmista dice: “¡La misericordia de Jehová es eterna!” (Salmo 103:17). La misericordia
siempre quiere perdonar y nunca quiere castigar. La misericordia siempre ruega
que se tenga clemencia y perdón, y que se libre del castigo al culpable.
Dios es un Dios de justicia, y un Dios de misericordia. Pero ¿cómo puede ser ambas cosas a la vez cuando
trata con los pecadores? Por un lado la justicia exige que nuestros pecados
sean castigados. Por la otra, el amor de Dios mismo aboga por el perdón del
pecador. ¿Cómo puede Dios hacer ambas cosas a la vez: castigar el pecado y
perdonar al pecador? ¿Cómo debe tratar con nosotros? ¿Cómo puede ser a la vez
justo y misericordioso en su trato con nosotros que estamos tan llenos de
pecado? ¿Cómo puede solucionar este gran problema de nuestra salvación?
Gracias a Dios, porque
tiene también otro atributo, el de
La respuesta divina al problema de la salvación fue
Las ultimas palabras
de Cristo fueron: “Consumado es”. ¿Qué quiso decir con eso? Que la expiación
por los pecados del hombre había sido consumada. La justicia había sido
satisfecha. El precio había sido pagado. La misericordia podría ya extenderse
hacia los pecadores.
Así vemos en la cruz
la presencia de la justicia y la misericordia de Dios, que exigía el justo
castigo del pecado, y quedó satisfecha, y también su misericordia, que clamaba
pidiendo el perdón del hombre, quedó satisfecha. No es extraño, pues, que el
apóstol Pablo dijera que la cruz “es poder y sabiduría de Dios” (1ª Corintios
1:24). Solo la infinita sabiduría de Dios pudo haber ideado el plan tan
maravilloso y perfecto de la redención. Fue pensando en él, que escribió
William R. Newell las siguientes palabras:
Oh, el amor que abrió
el plan de la salvación.
Oh, la gracia que
trajo el plan hasta los hombres.
Oh, la enorme
separación que Dios unió en el Calvario.
Solo la cruz pudo ser
la respuesta al problema de nuestra salvación. Solo la cruz es la solución a
tus necesidades y las mías. Solo en la cruz puedes ser perdonado. Solo en la
cruz puede un Dios santo sonreír, perdonando y amando a culpables pecadores
como nosotros. Ante ello, en un arrebato, el apóstol Pablo exclamo: “Lejos
este de mi ensalzarme, que no sea en la cruz de Cristo”. (Gálatas
6:14).
La cruz es la parte de Dios en la obra de nuestra salvación. Nosotros no hicimos nada para ser
salvos. Él lo hizo todo. Nuestra salvación se debe exclusivamente a la acción
llena de gracia de un Dios justo y amante, para proporcionar un medio por el
cual pudiese salvarse la humanidad pecadora y culpable. La salvación es,
primordialmente, la obra de Dios, y se debe a su sabiduría, a su amor, y a su
gracia.
2.
La parte que te corresponde a ti.
Si Cristo murió por nosotros, y pagó la deuda de nuestros pecados,
¿debemos llegar a la conclusión por ello de que todos los hombres son salvos
automáticamente? ¿No hay nada que nosotros mismos debemos hacer para ser
salvos? O, como lo expresó un personaje de las Sagradas Escrituras: “¿Qué debo
hacer para ser salvo?
Toda alma que se da
cuenta de su necesidad, se formula esta pregunta, conozca ó no el mensaje del
evangelio. Cuando una persona llega a sentir ansias de la salvación y de la
comunión con Dios, lo primero que dice, naturalmente, es: ¿Qué debo hacer? Por
desgracia, hay muchas personas que están tan obsesionadas con la idea de que
deben hacer algo para salvarse, que son como ciegos frente a lo que Dios ha hecho
ya para su salvación. Sin embargo, la pregunta es lógica y natural, y hasta
diríamos que inevitable. ¿Qué es lo que debo hacer para ser un cristiano?
Los hombres no se
salvan en masa y automáticamente por el simple hecho de que Cristo murió por
ellos. Hay un papel que debe ser desempeñado por cada individuo. Pero debes
tener presente en forma bien clara que el papel nuestro en el asunto de la
salvación es muy sencillo y pequeño. Todo lo que tenemos que hacer es aceptar,
con fe sencilla, lo que Cristo hizo por nosotros en la cruz. Creer, aceptar,
confiar y recibir, lo que él ha hecho ya en nuestro favor. La parte que te
corresponde a ti, pues en la salvación, es muy sencilla. Es TENER FE. “Por gracia sois salvos
–dice
Cuando el carcelero de
Filipos les dijo a Pablo y Silas: “Señores, ¿qué debo hacer para ser salvo?”,
el gran apóstol le respondió sencillamente a esa alma ansiosa y desesperada: “Cree
en el Señor Jesucristo y serás salvo” (Hechos 16:31). Si, la parte que
nos toca a nosotros en el plan de la salvación de nuestra alma, es simplemente
que tengamos fe. Una fe sencilla como la de los niños que confían
implícitamente. No se requiere nada más, pero tampoco nada menos ha de ser
suficiente. Nada menos ha de darnos la salvación.
Pero quizás entonces
se suscite en tu pensamiento otra pregunta: ¿Qué es la fe? A la mente humana le resulta difícil comprender lo
que es la fe, y más difícil aún, ponerla en practica. Sin embargo, debiera ser
lo mas fácil de entender y en cierto sentido lo es.
En primer lugar la fe abarca conocimiento ó
comprensión. Esto es cierto en cuanto a cualquiera de sus formas, aun cuando se
trate de aquella fe común que se ejerce mil veces en la vida diaria. No podemos
creer en algo de lo cual no tenemos ningún conocimiento. La fe viene como
resultado de algo que oímos ó aprendemos. Cuando oyes hablar acerca de alguna
cosa, crees, ó no crees; ejerces la fe ó no lo haces. La fe salvadora requiere
el conocimiento y la comprensión de la cruz, y de lo que hizo Cristo en ella.
Cuando alguien oye el mensaje de la muerte de Cristo por sus pecados, la fe
salvadora no nace hasta que la persona no se da cuenta del hecho de que Cristo
ha pagado una vez y para siempre, el precio de dichos pecados, y que no queda
más por hacer sino aceptar esa obra.
Cualquier alma que
escucha el evangelio con su mensaje de que Cristo murió por sus pecados, y que
realmente entiende el hecho glorioso de que la salvación es una obra ya
consumada efectuada por Cristo para nosotros, ya tiene dentro de si, la esencia de la fe. Una vez que el
hecho de la salvación haya sido comprendido, la fe estará bien cimentada. Nunca
olvidaré la noche en que la fe llego a ser mía. Un siervo de Dios me había
hablado larga y pacientemente, llevándome hacia la cruz y hacia la invitación
de Cristo para que yo fuese salvado, pero parecía que todo lo que yo podía ver
era mi pecado y mi indignidad. El hombre oró conmigo, y yo traté de orar
también, pero salí de la reunión esa noche sumido en las tinieblas espirituales
y en la tristeza. No obstante, cuando llegué a casa, de rodillas junto a mi
lecho, comprendí claramente que Jesucristo había pagado el castigo de todos mis
pecados. ¡Había expiado mis pecados! ¡Había muerto por mí!
Comprendí por vez
primera el alcance del plan de la salvación. La fe nacía en mi alma. Comprendía
lo que Cristo había hecho en la cruz del Calvario. Dicho conocimiento
constituye el primer elemento de la fe.
La fe significa también decisión. Una vez que haya comprendido el
glorioso hecho de la obra de la cruz, el alma forzosamente tiene que tomar una
decisión: la del arrepentimiento del pecado y la aceptación de Cristo, o lo
contrario.
Una vez que haya sido
comprendido el mensaje de salvación, tiene que tomarse esa decisión de fe. Hay
personas que se han criado en hogares cristianos, y han recibido durante todas
sus vidas enseñanzas evangélicas, pero que, a pesar de todo ello nunca han
decidido personalmente aceptar a Cristo.
La decisión de aceptar a Cristo, desde luego, comprende la decisión de arrepentirse del pecado. Todo el que posee
algún conocimiento de las verdades espirituales sabe que seguir a Cristo
significa abandonar el pecado. El que no lo entiende así, no ha recibido
todavía ni los primeros destellos de la fe. Y es esta necesidad de
arrepentimiento del pecado que hace que muchas personas no acepten a Cristo. La
decisión tiene que hacerse. Habiendo comprendido ya lo que Cristo hizo por mí
en la cruz, y sabiendo que aceptarle y seguirle significa arrepentirme de mis pecados
y abandonarlos, tengo que decidir que es lo que voy a hacer. Triste es decir,
pero hay quieres, sabiendo perfectamente lo que es la salvación, y lo que
significa aceptar a Cristo, resuelven rechazar su gracia y seguir en su camino
de pecado. Los tales no han ejercido la fe, pues esta implica decisión.
No solo debe existir
la comprensión intelectual sino también el ejercicio de la voluntad. La fe
afecta al intelecto y a la voluntad. Ya que Cristo murió por mí, y yo lo
reconozco, lo único que se interpone entre mi persona y la salvación de mi
alma, es mi propia voluntad. ¿Cuál será mi elección al ver a Cristo inmolado en
la cruz, pagando el precio de mi pecado?
Veamos algunas
ilustraciones de estas verdades. Supongamos que tú estas enfermo de gravedad.
Tus parientes llegan a saber acerca de un célebre médico que sabe como curar la
enfermedad que tú padeces. Lo llaman a tu cabecera, diagnostica tu caso, y
receta el remedio necesario. Este, es sumamente costoso, pero a pesar de ello,
tus parientes lo consiguen, pagando por él, con grandes sacrificios, la suma
exigida. ¿Te salvas de la muerte porque el remedio haya sido recetado, comprado
y puesto al lado de tu cama? Desde luego que no. Tienes que tomar el remedio
que te ha sido traído. Si te niegas a hacerlo, has de morir. Si estás dispuesto
a tomarlo vivirás. Así sucede con el asunto de la salvación. Tienes que aceptar
lo que Cristo ha hecho por ti, a fin de que seas beneficiado por su obra.
Supongamos que desees
hacer un viaje a Australia en avión. Compras el billete, y lo llevas en la
mano. Miras el avión en la pista de aterrizaje del aeropuerto, y dices que
conoces sus buenas condiciones y que tienes confianza en el. ¿Bastará todo esto
para que cruces el océano? Por cierto que no. Tienes que embarcarte en el
avión. Cuando la fe que decías tener en el empieza a traducirse en hechos, y
subes al aparato, has de llegar a tu destino a menos que fallen los motores. En
el caso de Cristo, él,
¿Has hecho tu
decisión? ¿Has aceptado a Cristo,
arrepintiéndote de tus pecados y proponiéndote en tu corazón con sinceridad
seguir en pos de él? Si no lo has hecho aún, esta todavía frente a frente con
esta decisión. ¿Cómo reaccionarás frente al hecho de que Cristo murió por
ti, y que ahora te esta rogando que acudas a él para obtener un perdón completo
y gratuito? ¿Cuál será la respuesta de tu voluntad a este conocimiento de la
cruz que posees?
¡Bienaventurado todo
aquel que haya hecho ya su decisión! Es la más importante de todas las
decisiones, pues de ella depende tu destino eterno. Si ya la has hecho, si has
aceptado a Cristo y te has arrepentido de tus pecados, entonces tu salvación
está asegurada.
La fe es simplemente
creer las promesas de
¿Cumplirá Dios su
Palabra? ¿Cumplirá Cristo sus promesas? De ello depende nuestra fe. De allí que
la fe en su ultimo y más simple análisis, es creer las promesas de
La fe es cuestión de
aferrarnos a la única esperanza de salvación, que es Cristo crucificado. Tal
vez no alcances a comprender todo el significado espiritual de la cruz ó todas
las explicaciones teológicas de la expiación, pero sabes que Cristo hizo algo
en la cruz: que pagó el precio de tus pecados. Y sabes que la obra hecha allí
es tu única esperanza de salvación. Y a ese Salvador crucificado en tu lugar te
abrazas con fe sencilla y sincera.(1)
Si
después de leer esto, has comprendido el peso de tu pecado que ofende a la justicia
y santidad de Dios, pero a la vez el gran amor de Dios que ha provisto en
Con
sinceridad y sencillez pide ahora, mediante una humilde oración, perdón a Dios
por tus pecados, agradece su infinito amor, y dile que confías única y
exclusivamente en Jesucristo como tu Salvador, y quieres seguirle y obedecerle
para que sea el Señor de tu vida. Pídele que aumente y fortalezca tu fe, y que a
partir de aquí tome el control de tu vida, y te guarde del mal.
Acabas de
hacer “las obras de Dios” para poseer la vida eterna, que no es sino:
“creer
en aquel a quien Él ha enviado” (Juan 6:28 y 29). “Porque ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios
verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo.” (Juan 17:3)
Si esto
ha sido una realidad en tu vida, verás como Dios que te ha salvado, también
hará progresar tu vida espiritual cada día. Sentirás deseos de conocer más a
quién te ha salvado, te ha adoptado como hijo y ha preparado para ti una
herencia eterna en los cielos. Lee las Escrituras. Empieza por el evangelio de
Juan. Luego los otros evangelios. Sigue con los restantes libros del Nuevo
Testamento y finalmente el Antiguo Testamento. Ora a Dios cada día confesando y
pidiendo perdón por tus faltas, expresándole tu amor, pidiendo que ilumine tu
entendimiento para comprender su Palabra con el único propósito de conocerle y
amarle más.
(1) Estos breves apuntes fueron escritos con gran sabiduría por el
evangelista y misionero Christian Weiss.