Dios también se glorifica en las cárceles
02 - Abril - 2013

Los presos quedan privados de recibir una serie de cosas que hace más fácil reconocer su necesidad de Dios

     Hoy, 23 de septiembre de 1999, he ido por primera vez a la cárcel de Aranjuez Madrid VI (aunque he dicho, se llama de Aranjuez, en realidad es que está más cerca de Villasequilla que de Aranjuez; bueno, esto no es lo importante).

     ¡El Señor nos está abriendo puertas! Y esto, nunca mejor dicho porque hasta llegar a los módulos donde se encuentran los presos hay un porrón de ellas, pero como decía doy gracias al Señor que me da esta oportunidad de llevar Su Palabra a estas personas las cuales, a pesar de estar allí por delitos cometidos contra la sociedad, Dios les ama y no quiere “que ninguno de ellos se pierda”.

     Este primer día, he ido al módulo 11 (M-11), el de los jóvenes. Lo que más me impactó fue encontrarme con unos jóvenes, con cara de niños, pues algunos de ellos tienen escasamente 18 años. Hoy han venido conmigo seis de ellos.

     Otras de las cosas que también me ha impactado, y esta vez gratamente, ha sido la sed de Dios que demuestran tener, pues están esperando que lleguemos para asediarnos con preguntas sobre el evangelio, escuchándolo con un gran interés. Cuando veo estas actitudes en éstos jóvenes no tengo más remedio que acordarme de lo diferente que es su comportamiento con respecto a los jóvenes que nos encontramos en plazas o calles de nuestras ciudades o pueblos cuando hacemos campañas de evangelización; hasta es probable que algunos de ellos, si se han encontrado con estas campañas y han oído el evangelio, probablemente su reacción habrá sido totalmente diferente fuera de la cárcel que dentro de ella.

     Analizando el porqué de esta diferencia, es fácil dar con la respuesta. Las personas que están en la cárcel, no solamente quedan privadas de su libertad, sino que también dejan de recibir otras cosas que, cuando las tienen les hacen creer que no necesitan nada, y mucho menos conocer a Dios.

      Vivimos en una sociedad (1999) en la que, la mayoría, estamos acostumbrados, y sobre todo los jóvenes, a tener de todo con el mínimo esfuerzo; y no pienso sólo en las cosas buenas sino también las malas. Abrimos nuestros frigoríficos y tenemos abundancia y variedad de comida; tenemos viviendas que cada vez son más confortables; disponemos de coches que nos permiten rápidos desplazamientos; el dinero tampoco es, a veces, un problema, pues tenemos cubiertas nuestras necesidades más primarias y en su mayoría nos podemos permitir gastar en fiestas, vacaciones, ropas y calzados de marca, cines, discotecas, bares, etc. Resumiendo, que esta situación de bienestar donde se encuentra la mayoría de nuestra sociedad, puede hacerla pensar que no necesitamos de Dios, pues nos creemos que somos súper-hombres/mujeres, autosuficientes en todo. En la Palabra de Dios, en Deuteronomio 11:16-17 se nos advierte de ello diciendo: “Guardaos, pues, que vuestro corazón no se infatúe, y os apartéis y sirváis a dioses ajenos y os inclinéis a ellos; y se encienda el furor de Jehová sobre vosotros, y cierre los cielos, y no haya lluvia, ni la tierra dé su fruto, y perezcáis pronto de la buena tierra que os da Jehová.” Esto es una realidad y que Dios nos guarde.

      También es verdad que Dios permite situaciones extremas para que le busquemos y podamos tener un encuentro con Él. En Lucas 8:40-56, se nos dice que dos personas pudieron tener un encuentro con Jesús cuando se encontraban en un momento de gran desesperación. El primero, se trata de Jairo, un principal de la sinagoga, un religioso relevante pero que busca a Jesús porque su hija estaba gravemente enferma (seguramente él, ya había recurrido a todo lo que estaba en sus manos habiendo fracasado). El dinero había perdido su valor pues es de suponer que habría visitado a los médicos de la época para que curaran a su amada hija, pero la ciencia y el dinero fallaron. Como principal de la sinagoga, es de suponer que también acudiría a su religión, pero tampoco fue la solución. Se puede afirmar, sin lugar a dudas, que la situación de Jairo al acudir a Jesús era desesperada.

     El otro caso que se nos relata es el de una mujer que padecía de flujo de sangre y nos dice la Escritura que se había gastado toda su fortuna en los médicos, los cuales no pudieron hacer nada para curar su enfermedad; y recordemos que esta mujer, a causa de su enfermedad era declarada inmunda y al tocar a Jesús sabía que estaba incumpliendo la ley (Levítico 15:19). La situación de esta mujer también era desesperada. Seguramente, así como Jairo, había oído acerca de Jesús pero sus circunstancias de entonces, sin la enfermedad de su hija en el caso de Jairo, y aún con recursos económicos en el caso de la mujer, no harían gran caso de las enseñanzas de Jesús pues no tenían necesidad de Él, aún se creían autosuficientes; pero ahora, agotadas las posibilidades humanas, los dos van buscando a Jesús con fe.

      Lo que trato de describir con esto es que a veces Dios permite circunstancias difíciles y situaciones desesperadas en nuestras vidas para que nos demos cuenta de nuestra debilidad y acudamos a Aquel que nos está esperando, para el cual “no hay nada imposible”. Él nos está esperando con sus brazos amorosos y misericordiosos.

      Pues bien, en esta situación es en la que se encuentran las personas que están en las cárceles; también éstos jóvenes. Chavales con apenas 18 años, pero que ya han conocido ese mundo donde el pecado tiene horribles consecuencias que se manifiestan ya aquí, en la tierra. Pero que precisamente por eso se les ve con ganas, con anhelo de buscar algo o a Alguien en quien confiar para salir de una situación tan desesperante.

      Por eso es que reciben la Palabra de Dios con gran gozo, por eso es que están esperando, no nuestra visita sino, la visita de Jesús; no nuestra presencia sino, la presencia de Jesús; no nuestro consuelo si no, el consuelo que da Jesús. Y doy gracias que Dios nos utilice para llevarles esto.

     Todas estas cosas son las que hoy he experimentado: ver cómo delincuentes reciben la Palabra de Dios con gozo; cómo aquellos que son considerados como la “escoria de la sociedad” experimentan el amor de Dios en sus vidas; cómo personas a las que la gente declara “non gratas”, son agradecidas a Jesús y aquellos que les llevan su mensaje de Salvación. ¡Gloria a Ti Señor Jesús!

      Después de haber compartido con ellos una porción del primer capítulo del evangelio de san Juan, hemos orado juntos; los chicos han pedido que oremos también por sus familias, padres alcohólicos, “sanidad del corazón de mi abuela” pedía uno, “un tumor en el estómago de mi madre” pedía otro; otro quería que el Señor fortaleciera a su familia, etc.

      La presencia del Señor estaba allí en medio nuestro. Dios también se glorifica en las cárceles.

     Amén

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