De la higuera aprended la parábola
07 - Julio - 2023

La parábola de la higuera nos recuerda el deber de ser útiles y dar fruto

     Antes de comenzar este sermón, los discípulos de Jesús preguntaron por el cumplimiento de la destrucción del templo que se les había anunciado, cuándo serían estas cosas y qué señal habría de su venida, y del fin del siglo. La respuesta ha mostrado en primer lugar, profanación en el lugar santo del templo, y sufrimiento para el pueblo de Dios. En segundo lugar, falsas imitaciones del Mesías, guerras, hambres y terremotos, persecución de sus discípulos y señales cósmicas aterradoras. Todas estas cosas están vinculadas con una evangelización mundial. Llegados a este punto, termina la primera parte de este capítulo que desarrolla un programa escatológico y comienza la segunda a modo de aplicación, convertida en una invitación, con diversas advertencias a velar o vigilar, con todos los sentidos espirituales despiertos.

     

     Los signos de los tiempos

     La higuera es motivo de aprendizaje para los discípulos en varias ocasiones (Mateo 24:32). Ha llegado el momento de conocer qué aplicación dar “a todas estas cosas” que Jesús ha mencionado anteriormente (Mateo 24:33). La observación es el método a usar para entender las señales de los tiempos y compararlas con las predicciones de la Palabra. Como afirma José de Segovia, al explicar Lucas 21:19: “los signos de los tiempos demandan por lo tanto una constante vigilancia. Las señales demandan decisión. Por medio de ellas Dios continúa llamando a los hombres a creer en su Hijo y ser salvos. Son indicaciones de que el Señor está en su trono y que su regreso está cercano”.

     El orden botánico

     Durante mucho tiempo la higuera ha engañado a los científicos al pensar que no florecía jamás y que en vez de flor daba fruto. Así el gran naturalista Linneo, en 1737, la clasificó como una criptógama, es decir, sin flor. Sin embargo, las higueras tienen unas flores diminutas dentro de un receptáculo quedando apretadas y ocultas a la mirada humana, este receptáculo será el futuro higo. Antes, las higueras eran fecundadas por avispas denominadas “comedoras de semillas”, pero en la actualidad la mayoría son partenogenéticas. O sea, generadas sin fecundación sexual. La higuera no daba fruto adecuado durante tres años; en ese tiempo, en Israel su fruto no se podía comer al ser considerado incircunciso (Levítico 19:23). Por este motivo, cuando el Señor narra la parábola de la higuera estéril (Lucas 13:6-9), se habla de alguien que estuvo tres años más intentando que produjese fruto, e incluso llegando a utilizar abono posteriormente, algo poco común. Hay un interés y esfuerzo ímprobo con tal de recibir lo esperado, pero la higuera se había convertido en un parásito que sólo recibía, sin dar rendimiento.

     De algún modo, personificando la parábola, ha llegado el momento de comprobar quiénes son aquellas higueras que dan fruto y que, por tal motivo, son capaces de identificar a la higuera que da señales evidentes de vida porque la tienen en sí mismos. Es decir, los tiempos del fin, están caracterizados por tener a una generación de hortelanos que son capaces de discernir con inteligencia lo que está ocurriendo porque están acostumbrados a observar, no tanto el orden natural como los agricultores, sino el orden espiritual.

     Los entendidos en Daniel.

     El profeta Daniel explica esta situación diciendo que “También algunos de los sabios caerán para ser depurados y limpiados y emblanquecidos, hasta el tiempo determinado; porque aun para esto hay plazo… Muchos serán limpios, y emblanquecidos y purificados; los impíos procederán impíamente, y ninguno de los impíos entenderá, pero los entendidos comprenderán” (Daniel 11:35; Daniel 12:10). Una interpretación de estos textos a cargo de los eruditos Keil y Delitzsch, recuerda a la poda de la vid donde el labrador tiene que limpiar los pámpanos que no llevan fruto (Juan 15:1-6), así establecen que “esta es una experiencia que retorna en todos los períodos de la historia de la Iglesia. De un modo consecuente, ella, la Iglesia, necesita pasar a través de procesos de aflicción, en los que no solo se apartan los mediocres, en el momento del conflicto, sino también incluso algunos de los sabios… Esta vacilación o caída de aquellos que entienden (los piadosos) continuará hasta el tiempo del final, pues ella misma servirá en otro sentido para realizar la purificación del pueblo para su glorificación en el tiempo final. Porque ese final último se realizará en el tiempo determinado”. En este sentido el apóstol Pedro expresa que “es tiempo de que el juicio comience por la casa de Dios; y si primero comienza por nosotros, ¿cuál será el fin de aquellos que no obedecen al evangelio de Dios? (1ª Pedro 4:17).

     La higuera en Isaías

     El profeta Isaías al hablar de la indignación de Dios contra todas las naciones, donde se describe la enorme convulsión en la naturaleza, y el cielo desaparece como un rollo que se cierra de golpe (Apocalipsis 6:14), exclama que “todo el ejército de los cielos se disolverá, y se enrollarán los cielos como un libro; y caerá todo su ejército, como se cae la hoja de la parra, y como se cae la de la higuera” (Isaías 34:4). Otra traducción sería: “como el higo cae de la higuera”. En Lucas, Jesús dice: “Mirad la higuera y todos los árboles” (Lucas 21:29), y muchos piensan que se diferencia así a Israel de los gentiles. Lo cierto es que la higuera es de hoja caduca a diferencia de la mayoría de árboles en Israel que son de hoja perenne, y en la primavera las hojas brotan anunciando el verano. De este modo, la evangelización mundial que alcanza todos los confines de la tierra, los desastres naturales, los movimientos para la llegada de un líder mundial blasfemo, y la extensión de la gran tribulación, advierten que los tiempos están llegando a su culminación. Santiago dice que el labrador aguarda con paciencia el precioso fruto de la tierra hasta recibir la lluvia y nosotros tenemos que ser pacientes, cobrando ánimo, porque la venida del Señor se acerca (Santiago 5:7-8). Tal y como comenta Warren W. Wiersbe, lo más importante no son las señales en sí, sino buscar al Salvador, sabiendo que nuestra ciudadanía está en los cielos, tal y como expresa el apóstol Pablo (Filipenses 3:20).

     La parábola

     La ilustración de la higuera es en sí, una “parábola” (Mateo 24:32), porque la observancia de esta, concita enseñanza. Es decir, se trata de una “comparación ilustrativa”. Cuando veamos todas estas cosas, sabemos que el desenlace final está cerca, “a las puertas” (Mateo 24:33). Esto enlaza con todo lo que Jesús ha descrito hasta el momento, y es entonces cuando la culminación de estos acontecimientos se presenta, al igual que los ejércitos de Roma se situaron delante de las puertas de Jerusalén para destruirla en el año 70 d. C. Tanto sufrimiento y destrucción, sirvieron como ejemplo de primer cumplimiento de este mensaje, pero el final se dilata en el tiempo, mientras Cristo no regrese.

     Esta generación

     La generación que vivió la caída de Jerusalén, no contempló la segunda venida de Cristo, y para muchos, esto ha supuesto un problema a la hora de interpretar el versículo 34, más teniendo en cuenta que algunos eruditos utilizan la palabra “generación”, limitándola en el tiempo, por lo que solemos hablar de distintas generaciones de personas. En este sentido, Hendriksen comenta que la versión de los LXX, usa la misma palabra que aquí traduce “generación” en un sentido que va más allá de un “grupo de contemporáneos” (Deuteronomio 32:5, Deuteronomio 32:20; Salmos 12:7; Salmos 78:8). Lo mismo ocurre en el Nuevo Testamento (Hechos 2:40; Filipenses 2:15; Hebreos 3:10). Una connotación similar es empleada por Pablo al hablar de “linaje” ante los atenienses: “Y de una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres” (Hechos 17:26). También Juan el Bautista condenó a aquella “generación de víboras” hablando de los líderes judíos, y el Señor recordó a “esta generación malvada y adúltera que demanda una señal milagrosa” (Mateo 3:7, Mateo 12:39, Mateo 16:4).

     Del mismo modo, Leon Morris citando el texto lucano (Lucas 21:32), muestra que, de forma inusual, en la palabra “generación” se concentra el tipo de personas que persistirán hasta el final. Esta humanidad seguirá existiendo hasta que todo lo apuntado por Jesús se haya cumplido, y dado que estamos en el mundo, pero no somos del mundo, debemos vivir preparados y vigilantes con expectación, pendientes de la llegada del verano al observar cómo se suceden los acontecimientos (Juan 17:14-16). Pero el hecho más importante no es atisbar las señales de las Escrituras, sino la seguridad de saber a ciencia cierta que la venida del Señor está a las puertas: “De cierto os digo” (Mateo 24:34). Cada hombre y mujer debe discernir si forma parte de una generación perversa, incrustados a la misma como los percebes a la roca, o si está en este mundo sin pertenecer a él.

     Lo permanente

     Tras hablar de la caducidad de la hoja de la higuera, llegamos a aquello que es perenne o permanente, la Palabra de Dios. El contraste es claro, la Palabra del Señor permanece, y el salmista expresa que “Para siempre, oh Yahweh, permanece tu palabra en los cielos” (Salmos 119:89). El profeta Isaías refiere esto mismo: “Sécase la hierba, marchítase la flor; mas la palabra del Dios nuestro permanece para siempre” (Isaías 40:8; 1ª Pedro 1:25). De este modo, somos renacidos no de lo caduco, sino de simiente incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre (1ª Pedro 1:23).

     Estos cielos y tierra pasarán (Mateo 24:35), pero no su palabra. La Palabra de Cristo es más segura y duradera que el cielo y la tierra: “Podemos edificar con más seguridad sobre la Palabra de Cristo que sobre las columnas del cielo (Job 26:11), o los fuertes cimientos de la tierra (Job 38:4); porque, cuando se les haga temblar y tambalearse, y no sean más, la Palabra de Cristo permanecerá y estará en pleno vigor, poder y virtud”.

     Conclusión

     Al pensar en la higuera estéril que estaba plantada en una viña, vemos que tras tener paciencia dando múltiples oportunidades para dar fruto, el viñador aseveró al dueño: “Y si diere fruto, bien; y si no, la cortarás después” (Lucas 13:9). Nosotros no somos los dueños de este mundo, nuestra labor como viñadores o labradores es trabajar la tierra y sembrar el evangelio, a veces con sangre y lágrimas. Sin embargo, el Soberano Dios es el que decide a la luz del fruto, si debe cortar y desechar. De momento, Cristo retrasa su venida con paciencia esperando que los hombres “procedan al arrepentimiento” (2ª Pedro 3:9).

     La higuera que se comporta como un parásito, absorbiendo agua y sales minerales en abundancia, pero sin dar el fruto deseado por Dios, está condenada al fracaso y ser cortada. Sería muy fácil decir que esa higuera representa tan sólo a Israel, pero como nación ejemplifican a la higuera que no sabe distinguir el momento de la segunda venida, ni da el fruto adecuado. Por otro lado, si formamos parte de la Iglesia del Señor, hemos de pedirle perdón por la maldad arraigada en nuestros corazones, sin poner excusas. Precisamente, la apostasía es una de las características de su segunda venida, por lo que hemos de ser vigilantes (2ª Tesalonicenses 2:3).

     Es necesario preguntarnos cuál es el fruto que hemos producido y si en la actualidad, la palabra del Señor sembrada en nuestros corazones sigue siendo fructífera, porque un cristiano que sólo recibe y se alimenta, para no dar, no está cumpliendo con el propósito esperado por su dueño y Señor. Si es necesario que el Señor abone nuestra tierra, no dudemos en pedírselo para que la vida espiritual corra nuevamente por nuestras venas, de forma abundante, por medio de su Santo Espíritu, y así sepamos discernir la llegada del verano que dará lugar a la segunda venida de Cristo.

     Este artículo ha sido publicado en la revista Edificación Cristiana y cuenta con la autorización personal y directa de su autor para reproducirlo en Jeitoledo.com.

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