La tragedia de Barajas, la tragedia de cada día
Pablo Blanco
27 - Agosto - 2008

Imagen del aeropuerto de Barajas en Madrid

     Cuando suceden en el mundo, y de una forma particular en nuestro país, graves accidentes ó catástrofes, la avalancha mediática que nos rodea, bombardea de tal manera con información y manipulación cuidadosamente diseñada a las personas, de forma tal que ya no se habla de otra cosa. Por medio de los docudramas, a los que me referiré más delante de forma precisa, y un presunto interés informativo dirigen nuestros pensamientos y nuestras conversaciones de tal manera que involuntariamente podemos llegar a perder de vista la perspectiva cristiana sobre tales acontecimientos y las conclusiones que debemos sacar de todo ello.

     La visión de Jesucristo sobre estas tragedias

     La única forma de recuperar esa perspectiva es volviendo los ojos a nuestro Salvador y Guía, y en sus palabras y enseñanzas encontrar las respuestas adecuadas. Así que me gustaría conduciros a un relato en el que vemos a unas personas cariacontecidas y escandalizadas que se dirigen a Jesús para comentarle un acontecimiento que había conmocionado a la opinión pública de Galilea. Pilato había llevado a cabo una represión brutal sobre un número indeterminado de personas y para demostrar los límites hasta los que estaba dispuesto a llegar para imponer su ley y someterlos, no solo les había dado muerte, sino que incluso había mezclado la sangre de ellos con las de los animales que ellos estaban sacrificando de acuerdo con la ley mosaica. Estas connotaciones sacrílegas añadían un componente morboso añadido al hecho propiamente en si, para ser la comidilla popular. Y como tal la traen a Jesús.

     Leamos: Luc 13:1 En este mismo tiempo estaban allí algunos que le contaban acerca de los galileos cuya sangre Pilato había mezclado con los sacrificios de ellos.

     Desde luego la respuesta de Jesús pasó por encima de toda la visión escandalosa que los interlocutores traían y va a descubrir la verdadera clave del asunto. Pero no solo se queda ahí, sino que incluso el Maestro va a traer por su parte a colación otro acontecimiento de índole completamente diferente que había sucedido en Jerusalén, y que también había sido muy comentado por la opinión publica judía, trazando un paralelismo en cuanto a las consecuencias comunes que se deben extraer bajo su punto de vista:

     Luc 13:2-4 Respondiendo Jesús, les dijo: ¿Pensáis que estos galileos, porque padecieron tales cosas, eran más pecadores que todos los galileos? Os digo: No; antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente. O aquellos dieciocho sobre los cuales cayó la torre en Siloé, y los mató, ¿pensáis que eran más culpables que todos los hombres que habitan en Jerusalén? Os digo: No; antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente.

     La tragedia verdadera no era la pérdida de la vida de las personas en cualquiera que fuesen las circunstancias, sino el hecho de haber perecido sin arrepentimiento. Ahí se encuentra la clave. Esa es la dimensión. Ese tiene que ser el motivo de preocupación y de reflexión. Aquellas personas que traían este tema a Jesús estaban perdiendo el tiempo en lo accesorio, en lugar de ocuparse mediante su propio arrepentimiento en prepararse para el encuentro ineludible que antes ó después, bajo unas u otras circunstancias, tendrán que mantener con su Creador.

     Todos los hombres quieran ó no, lo crean ó no, tienen ante si un inevitable destino: La muerte y después el juicio (Heb. 9:27). La preocupación que debiera ser prioritaria en la vida de toda persona tendría que ser el abordar este trance reconciliado con su Creador recibiendo, por medio de la fe, la oferta de salvación gratuita que Dios ofrece a través del mensaje del evangelio sobre la base del sacrificio expiatorio de Jesucristo en la cruz por nuestros pecados, y esperar ese momento con la confianza de quien se sabe preparado para afrontarlo en cualquier momento con plena paz. Este es el arrepentimiento, el cambio de forma de pensar, de perspectiva al que se refería Jesús, que evita la tragedia. ¿Qué tenían en común los galileos matados por Pilato y los jerosolimitanos que murieron en el accidente del derrumbe de aquella torre y los interlocutores de Jesús? Que no se habían arrepentido de sus pecados y que enfrentarían la muerte y el juicio perdidos. Pero a diferencia de los que ya habían muerto, los que hablaban con Jesús todavía tenían una oportunidad para el arrepentimiento y cambiar su destino natural. Junto a ellos estaba el que podía salvarles y darles la vida eterna.

     ¿Aprovecharían la ocasión y el llamamiento de Jesús ó seguirían comentando los sucesos con la perspectiva de la carne? No lo sabemos. Pero si sabemos que antes o después ellos mismos en semejantes ó diferentes circunstancias también tendrían que enfrentarse a la muerte, y un día estarán ante el Creador para dar cuenta de sus actos como relata Apocalipsis 20:12-15:

     Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios; y los libros fueron abiertos, y otro libro fue abierto, el cual es el libro de la vida; y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras. Y el mar entregó los muertos que había en él; y la muerte y el Hades entregaron los muertos que había en ellos; y fueron juzgados cada uno según sus obras. Y la muerte y el Hades fueron lanzados al lago de fuego. Esta es la muerte segunda. Y el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego.

     "2562 aviones accidentados" en España en el último año.

     El Instituto Nacional de Estadística nos informa que CADA DIA mueren en España más de 1050 personas de toda edad, condición y bajo las más diversas circunstancias: Enfermedad, accidente laboral, de carretera, doméstico, asesinato, etc. Pero ese goteo incesante no despierta a las personas de su letargo para pararse a reflexionar sobre la fragilidad de su propia existencia, sobre la existencia del Dios cuya Inteligencia ha Diseñado y nos ha creado junto con todas las cosas que nos rodean. Y que se ocupen en conocerle (Jesús dijo que ahí estaba el quid de la vida eterna: Juan 17:3 Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado). Por eso estas grandes catástrofes son en verdad un llamamiento a la reflexión. Todo el país se conmociona más por un accidente ó una desgracia de esta naturaleza que por todas las personas que en un año han pasado a la eternidad. De hecho, en España han muerto en el último año el equivalente en número de personas a que se hubiesen estrellado 2562 aviones con 150 victimas en cada uno. ¿Estás tú preparado para ir al encuentro de tu Creador?

     Pero la reflexión no es solamente para los que precisan arrepentirse para afrontar la muerte y la eternidad cubiertos por la sangre de Jesucristo, sino también para los cristianos que nos hemos acostumbrado a asistir impasibles al hecho de que las personas mueran sin Cristo y sin esperanza, alejados de las promesas de Dios, y apenas nos esforzamos en la extensión del evangelio. Necesitamos traer a nuestra mente las palabras de Pablo:

     Rom 10:14 ¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique?

     ¿Cómo se encuentra nuestra responsabilidad de embajadores de Cristo para llamar a nuestros vecinos y conciudadanos a reconciliarse con Dios? (2 Cor. 5:20). Estos acontecimientos trágicos nos tienen que hacer reflexionar y movernos para hacer la obra de Dios, quien no quiere que ninguno se pierda, sino que todos procedan al arrepentimiento (2Ped. 3:9).

     Claro que para reflexionar también nosotros tenemos que apagar la televisión para no dejarnos arrastrar por la morbosidad que arrastra al mundo incrédulo. Este no pierde la oportunidad para hacer uso interesado de estas tragedias desde política hasta negocios. Las presencias de los políticos y los mensajes que transmiten están perfectamente estudiados para conseguir una rentabilidad electoral. Especialistas en imagen han cuidado todos los detalles, desde la ropa que visten y el gesto de sus rostros hasta las palabras que pronuncian. Sociólogos y psicólogos intervendrán en el control del flujo de información que llega a la opinión pública. Los programas informativos y especiales se diseñan para estimular el morbo y conseguir a través de ello sacar a las cadenas rivales unos puntos en la cuota de share que aumentará los beneficios obtenidos por la publicidad. No dudan en enfocar los rostros con lágrimas, porque los serenos no valen para los propósitos de mantener a la gente pegada a la pantalla. Los realizadores se ocupan en elegir las imagines más descarnadas posibles aunque sean de otros accidentes. Los reporteros andan a la caza de familiares y testigos, y los guionistas y sociólogos trabajan en la selección y presentación de aquellas historias con más tirón. Los expertos en marketing determinan las horas de más audiencia para las historias más "interesantes".

     También los psicólogos han conseguido afianzar su profesión para hacerse necesarios en el tratamiento a los familiares de las victimas, a pesar de que no tienen nada que ofrecer que no sea un tranquimacin y decir a los desconsolados deudos de las víctimas que "hay que sobreponerse" y que "el tiempo lo cura todo". Reconocía uno de estos profesionales que el ser humano nunca está preparado para asumir una muerte en estas circunstancias. Esta es la conclusión que ha sacado de sus estudios y de su experiencia profesional. Es una pena que nunca haya conocido a un cristiano nacido de nuevo frente a este trance, y haya podido comprobar que son sus técnicas las que se revelan como ineficaces, pero cuando esa tragedia viene a un verdadero cristiano, "la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guarda nuestros corazones y pensamientos en Cristo Jesús" (Fil. 4:7).

     Recuerdo que hace doce años, estábamos en unas conferencias cristianas con unos amigos y hermanos en la fe (Cándido y Marité), cuando recibieron la noticia de que su hijo de diecinueve años que venía hacia allí en otro coche con otros jóvenes, habían tenido un accidente en el camino y el joven, que venía en el asiento de atrás, había muerto en el acto, resultando los otros dos ocupantes heridos de diversa consideración, los cuales recibieron el alta médica en poco tiempo. Al escribir estas líneas aún puedo ver el semblante de Cándido con unas lágrimas en los ojos dando gracias a Dios por haberle permitido disfrutar de su hijo aquellos 19 años y haberlo llevado a los pies de Cristo. Recuerdo como ambos padres estuvieron todo aquel día y los siguientes consolándonos a nosotros y a cuantos se acercaron a ellos para transmitirle sus condolencias con esa paz que es inexplicable para cualquiera que no tenga la fe en Cristo Jesús.

     También puedo traer ahora por mi mente los momentos en que fallecieron mi mamá y mi papá, y el consuelo que las promesas de Dios trajeron a mi corazón y al de toda nuestra familia, así como el sentimiento de gratitud por haber puesto la fe en nuestros corazones para arrepentirnos de nuestros pecados y reconocerle como nuestro Salvador que nos guiará más allá de la muerte (Sal. 48:14). Como escribía San Pablo a los Tesalonicenses (1Ts. 4:13,14) hay dos formas de afrontar este trance de la muerte de los seres queridos: (1) Como los que no tienen esperanza ó (2) como los que han creído que Jesús murió y resucitó y saben que de semejante manera traerá Dios con Jesús a los que murieron en él hasta conformar esa eterna congregación que estará por siempre con el Señor. Esta separación no es un adiós desesperado sino un hasta luego, hasta el momento en que nos encontraremos.

     Nunca he vuelto a la sepultura donde fueron enterrados mis padres, porque se que allí no están ellos sino deshaciéndose lo que fue su tabernáculo terrenal (2Cor. 5:1), y también sé que su espíritu está con Dios para recibir un edificio eterno en los cielos. Así que, sabemos que esta leve tribulación y el dolor momentáneo que produce la separación, cuando miramos a las cosas que no se ven (aun), produce en nosotros un creciente más excelente y eterno peso de gloria. (2Co. 4:17-18). Y sabemos que nuestra misión no es llorar a nuestros seres queridos a quienes el Señor llamó a su presencia como nos llamará a nosotros cualquier día, sino que tenemos que ocuparnos en llevar a nuestros hijos a la fe en Cristo y trabajar como colaboradores de Dios en la extensión del evangelio a otros, para su salvación y consuelo.

     En el avión accidentado la semana pasada también perdió la vida al menos un cristiano evangélico de una localidad próxima a Madrid, Dios le ha llamado a su presencia para descansar y hacerle bienaventurado. Y Jesús, que sabe que la muerte produce dolor en los seres humanos, como el mismo experimentó junto al sepulcro de Lázaro, es el sumo sacerdote que nos conviene. Porque así como él ha padecido puede compadecerse de nuestras debilidades y consolarnos de una forma efectiva, (Heb. 4:15), pues a través de él tenemos acceso al trono de la gracia de Dios, en donde encontramos su misericordia y toda la ayuda necesaria a nuestro alcance.

     Cuando muere un hijo de Dios es bienaventurado porque entra en el descanso de los trabajos y fatigas hasta el día de Cristo. Ya no vamos a sufrir más dolor, ni enfermedad en la carne, ni en la mente por los efectos del pecado, sino esperar la manifestación gloriosa de los hijos de Dios (Tit. 2:13). Como escuchó Juan:

     Rev 14:13 Oí una voz que desde el cielo me decía: Escribe: Bienaventurados de aquí en adelante los muertos que mueren en el Señor. Sí, dice el Espíritu, descansarán de sus trabajos, porque sus obras con ellos siguen.

     Han hecho las obras de Dios que son creer en el que El ha enviado (Jn. 6:28 y 29), y mientras el polvo vuelve a la tierra, el espíritu ha vuelto a Dios que lo dio (Ec. 12:7).

     Ojalá que estas breves reflexiones ayuden a los creyentes para no dejarse envolver por los sentimientos del mundo perdido que nos rodea, sino para reforzar nuestra fe en Dios y renovar nuestra vida cristiana en beneficio propio y de los que nos rodean.

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