La desconocida regla de la hermenéutica bíblica
21 - Enero - 2023

El centro de la hermenéutica bíblica es Cristo

     Hace muchos años que tuve una conversación que me rompió los esquemas con los que yo había estudiado y compartido el evangelio y las enseñanzas bíblicas toda mi vida hasta entonces. En un momento del debate, cuando yo apelé a los contenidos de la “sana doctrina”, mi interlocutor, un pastor con un reconocido curriculum en teología de un seminario americano prestigioso, con una sonrisa condescendiente, me dijo: “Pablo, la sana doctrina NO EXISTE. Existe la sana doctrina de las asambleas de hermanos, la de los bautistas, la de los pentecostales, presbiterianos, luteranos, calvinistas y hasta la de los católicos. Cada grupo cree que su doctrina es la sana, por eso la sigue, y vive la fe de acuerdo a los principios doctrinales en los que cree".

     Aquello me sentó como un tiro. Toda mi vida creyendo y pensando en una sana doctrina OBJETIVA, (1a Timoteo. 1:10; 2aTimoteo 4:3, Tito 2:1), afirmada en las Escrituras, revelada y preservada por el Espíritu Santo, y me acababan de arrojar a la cara una realidad indiscutible, si la tuviera que contemplar desde el entorno cristiano en que me ha tocado vivir, y reafirmarla con la historia de las diferentes ramas y denominaciones cristianas. Sentí que todas ellas en una Babel interminable junto sus particulares seminarios, sus biblias de estudio denominacionales, sus maestros, comentaristas bíblicos, autores, me recordaban un escenario en el que yo tenía que afiliarme a “una de las sanas doctrinas denominacionales”, y conformarme en ella, porque no había otra salida. La praxis del mundo cristiano en general y del protestante en particular declara que UNA SANA DOCTRINA OBJETIVA NO EXISTE, LA “SANA” DOCTRINA ES SUBJETIVA.

     Por supuesto que nunca he sido una persona que se rinda, ni siquiera ante la historia, ni por la realidad de los hechos. Yo sabía y sé en quien he creído, y sé que Dios no es la causa de la división, de la fragmentación, del enfrentamiento en ocasiones fratricida, a de causa darnos una revelación subjetiva, manipulable, opinable, manejable al antojo de intereses diversos, y todo ello basado en partes de Su Palabra. De la misma forma que sé que Su Palabra es inerrante e inspirada y preservada. Como Dios de verdad, solo podía darnos una “palabra de verdad” (2a Timoteo 2:15; Romanos 15:8) una sana doctrina objetiva, firme y verdadera, una roca sostenible y perdurable sobre la que asentar nuestra fe, para resistir los embates del enemigo. Y que han sido los hombres los que han tratado de cambiar la verdad de Dios, en ocasiones torcida por indoctos e inconstantes, en otras intencionadamente por la operación errática de inicuos (2a Pedro 3:16-17), en otras por los intereses avariciosos de falsos profetas y maestros (2a Pedro 2:1-3; Efesios 4:14), y en otras por operaciones satánicas de error (Mateo 24:5, 24).

     Por un tiempo estuve dándole vueltas a ésta cuestión. Si no podemos afirmar una sana doctrina objetiva, y la fuente es la verdad, algo está fallando necesariamente en la hermenéutica, que es el nombre que se le ha dado a la ciencia que estudia las reglas de interpretación.

     No voy a decir que haya descubierto nada que no esté al alcance de cualquiera en las Sagradas Escrituras, pero debo confesar que en lo que había leído antes, nunca lo encontré expuesto de forma clara que hay una Regla Básica, yo creo que además es la primera y más importante de la hermenéutica cristiana, y es la que establece que: cualquier enseñanza de Jesús es absolutamente dogmática y prevalente. No puede ser anulada, sustituida, cambiada, modificada, reducida, ampliada o ignorada, por lo escrito por ningún otro autor bíblico. Sencillamente porque las enseñanzas de Jesús componen cada una de ellas, y en su conjunto, “el contenido del evangelio de Jesucristo” (Mateo 4:23; 9:35; Marcos 1:15; Lucas 4:43: 8:1, etc. etc.).

     Solo hay un evangelio, el de Jesucristo.

     Jesús dijo en Juan 8:3 “Dijo entonces Jesús a los judíos que habían creído en él: Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; 32 y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres.” Y esos mismos contenidos y enseñanzas que Jesús pronunció en su mensaje desde el del principio, eran los mismos que los apóstoles tenían que vivir, enseñar y predicar (Mateo 28:20: “…enseñándoles que guarden TODAS LAS COSAS que os he mandado”).

     Hay pues un único evangelio, el de Jesús, y es el mismo evangelio que predicaban los apóstoles, incluido Pablo antes de escribir epístola alguna (Hechos 15:35 “Y Pablo y Bernabé continuaron en Antioquía, enseñando la palabra del Señor y anunciando el evangelio con otros muchos”.) Y es el mismo al que se refiere en 2a Corintios 11:4 “Porque si viene alguno predicando a otro Jesús que el que os hemos predicado, o si recibís otro espíritu que el que habéis recibido, u otro evangelio que el que habéis aceptado, bien lo toleráis…) del que Pablo escribió: Gálatas 1:7-8 “No que haya otro, sino que hay algunos que os perturban y quieren pervertir EL EVANGELIO DE CRISTO. Más si AUN NOSOTROS, o UN ANGEL DEL CIELO, os anunciare OTRO EVANGELIO DIFERENTE del que os hemos anunciado, SEA ANATEMA.” Es decir, que Pablo viene a decir a los creyentes en Cristo que no se puede aceptar de nadie, NI DE EL MISMO (obviamente manipulando sus palabras o sus escritos), contenidos que cambien lo que Jesucristo enseñó.

     Así que cualquier pasaje de la Sagrada Escritura que empleemos, ya sea del Antiguo como del Nuevo Testamento, se tiene que interpretar a la luz de cuanto Jesús enseñó y dijo, pero nunca al revés, como hacen muchos que tratan de interpretar las enseñanzas de Jesucristo a la luz de lo que han escrito los apóstoles o profetas.

     Cuando Jesús se transfiguró, aparecieron acompañándole Moisés y Elías. Pedro en un arrebato en el que no sabía lo que decía (Lucas 9:33), pretendió poner al mismo nivel (de enramada) a Jesús con aquellos dos relevantes personajes tan venerados por los judíos. “Pero entonces vino una voz del cielo que dijo: Este es mi Hijo amado; A ÉL OID”. (Lucas 9:35). Y automáticamente desaparecieron tanto Moisés como Elías. (Marcos 9:8 Y luego, cuando miraron, no vieron más a nadie consigo, sino A JESÚS SOLO).

     Cuando el apóstol Pablo escribe (según las fuentes de los padres de la Iglesia) la epístola a los Hebreos, probablemente su última epístola canónica, ya había escrito otras antes, sin embargo la encabeza con un texto singular: “Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo". No dice, en estos postreros días nos ha hablado por el Espíritu Santo, y a través de sus apóstoles, sino que la revelación de Dios concluye en el Hijo. Y es que del propio Espíritu, Jesús dice: Juan 14:26 Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho. Juan 16:13 Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir. 14 El me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber. 15 Todo lo que tiene el Padre es mío; por eso dije que tomará de lo mío, y os lo hará saber.

     Esta es, pues, la primera regla de la hermenéutica, y que supedita a todo lo demás. LO QUE JESUS ENSEÑÓ ES INCONMOVIBLE, y no se puede traer ni de Pedro, ni de Pablo, ni de Juan, ni de Santiago, ni de los profetas, ni de la ley, ni juntos o por separado para cambiar ni una coma de todo aquello que él Señor enseñó y dijo. Y cuando aplicamos esa regla nos damos cuenta de que las diferencias teológicas proceden de traer en parte o en conjunto, textos de otros autores y saltarnos a la torera lo que Jesús declarara al respecto. Hace unos pocos años, comentando con un hermano sobre una determinada doctrina en la que no concordábamos, hice pasar el filtro de esta primera regla hermenéutica, y su posición, muy apoyada por reputados comentaristas y teólogos, no pasaba el listón. Jesús había enseñado otra cosa diferente. El hermano me dijo que él no estaba de acuerdo con que aquellas cosas que no estaban claras o que tenían distintos puntos de vista se sometieran al juicio definitivo de las enseñanzas de Jesús. Sino que él practicaba la regla hermenéutica de que “lo oscuro ha de interpretarse a la luz de lo claro”.

     A primera vista parece muy difícil rebatir intelectualmente algo como eso. Y, sin embargo, es uno de los más frágiles principios para la hermenéutica, y el que ha dado lugar a la mayor parte de las más variadas interpretaciones de la Biblia, incluso de las peores.

     ¿Dónde está el error (“lo oscuro ha de interpretarse a la luz de lo claro”)?, pues en que ese principio convierte una verdad objetiva en subjetiva. El que determina que cosa es oscura y que cosa es clara es cada persona, o cada teólogo, o cada denominación, no Dios. Ahí justamente está el problema de “una sana doctrina subjetiva”, que por supuesto no es la sana doctrina “objetiva” que tenemos en la Biblia.

     Voy a ilustrar con unos ejemplos: para los Testigos de Jehová, que niegan la divinidad de Jesucristo, aquellos textos que sin género de dudas declaran que Jesús es Dios, son textos oscuros; mientras que los que parecen que lo ponen en duda, son los claros. Así que ellos y sus teólogos interpretarán los primeros a través del contenido de los segundos. De ahí sacan su “sana doctrina”. Los adventistas hacen lo mismo con “el sábado” o “con la necesidad de guardar la ley de Moisés”. Y lo mismo sucede con la mayoría de las denominaciones diferentes, incluidas las Asambleas de Hermanos en sus particularidades exegéticas.

     Si tuviera que poner una etiqueta de declaraciones doctrinales claras u oscuras por pasajes, desde luego en las enseñanzas de Jesús tendría pocas oscuras (a Jesús se le entiende muy bien en lo que enseña, y a veces él mismo interpreta para los discípulos, y por extensión para nosotros, las enseñanzas que estos no comprendían), mientras que el porcentaje sería diferente, por ejemplo, en las epístolas de Pablo. No es un prejuicio, sino la constatación de un hecho que hizo que el propio apóstol Pedro, que ya hemos citado antes, cuando declaraba:

     2a Pedro 3:15 Y tened entendido que la paciencia de nuestro Señor es para salvación; como también nuestro amado hermano Pablo, según la sabiduría que le ha sido dada, os ha escrito, 16 casi en todas sus epístolas, hablando en ellas de estas cosas; entre las cuales hay algunas difíciles de entender, las cuales los indoctos e inconstantes tuercen, como también las otras Escrituras, para su propia perdición. Es decir, que incluso para Pedro, escribiendo inspiradamente, las cosas difíciles de entender que contienen las epístolas de Pablo, cuando son mal entendidas o retorcidas de su significado verdadero, pueden conducir incluso a la herejía de ignorantes (los que no saben) o inconstantes (los que leen y llegan a conclusiones precipitadas).

     Pero el propio Pablo aconseja a Timoteo no juntarse con quienes no se sujetan a la infalibilidad de las palabras de Jesucristo (1a Timoteo 6:3-5 Si alguno enseña otra cosa, y no se conforma a "las sanas palabras de nuestro Señor Jesucristo”, y a la doctrina que es conforme a la piedad…), porque apartarse de ellas es una fuente de delirios, disputas y hasta blasfemias y contiendas.

     Esto no es una cuestión de inspiración de mayor o menor grado. Toda la Escritura es inspirada. No está en disputa la autoridad de la fuente, sino a través de quien tengo que interpretar la revelación. Si la regla de interpretación es entender a Jesús a través de lo que dijo Moisés o Pablo, o al revés. Y yo he entendido y creído definitivamente que Jesús es quien tiene la última palabra, y la plena autoridad. Mateo 28:18 Y Jesús se acercó y les habló diciendo: Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Claramente él se puso por encima en ocasiones, como cuando dijo: Fue dicho, pero yo os digo… (Mateo 5:27-44). Es decir, dijera lo que dijera Moisés, por supuesto inspirado, y no hay error en el texto, lo que dice Jesús tiene la autoridad determinante. Y no se trata de que lo que dijera Moisés fuera deficiente, o careciese de la inspiración divina. Pero cuando Jesús habla, esto hay que hacer, y los contenidos apostólicos del Nuevo Testamento, como los proféticos del Antiguo tienen que armonizarse apuntando a la misma dirección, nunca al revés. Como muy acertadamente dijo Marcos Vidal en una prédica: "Sacas a Cristo del centro y tienes una secta cristiana. El cristianismo como movimiento con múltiples perspectivas, y todas tratan sobre algo de Cristo, pero desvían a Jesús del centro y enfocan en otras cosas como centro esencial. Ya sean normas, formas de vestir, cosas que comer o no comer, días de reposo, o hasta una ética social."

     Jesús mismo fue quien dio la explicación a los discípulos de Emaús de los textos del Antiguo Testamento, que sin duda ellos ya conocían, pero explicados por los rabinos, que hacían su hermenéutica tomando textos de un lado y de otro. Cuando tenemos en cuenta las enseñanzas de Jesús como pilar de la revelación, es maravilloso constatar que los apóstoles enseñaban exactamente lo mismo que Jesús, y no otra cosa diferente.

     Ahí radica la importancia del método hermenéutico. Cuando el método se basa en la subjetividad fallará más que una escopeta de feria, porque tienen el punto de mira desviado y el cañón torcido. Si además, en lugar de un cartucho pongo un chicle, es imposible dar en el blanco y cobrar una pieza. Y aún con el método adecuado es posible errar el blanco, porque aunque la escopeta esté perfectamente calibrada, las balas sean las correctas, el cazador tiene que alcanzar un grado de pericia para usarla acertadamente, y eso lleva tiempo, paciencia, dependencia y gracia de parte de Dios. Y a veces es necesario disparar errando, pero perseverar entrenando muchas veces hasta ir aproximando cada vez más el tiro.

     En otros temas doctrinales que publicaré en los próximos meses, veremos como pasar una doctrina por el filtro de la enseñanza de Jesús deja muy claro el resultado. Y por otra parte, veremos lo que algunos teólogos famosos decidieron hacer al ver que sus interpretaciones preconcebidas chocaban frontalmente contra lo que los evangelios recogen de las enseñanzas de Jesús, y como no podían ocultarlo, echaron a Jesús fuera de la Iglesia y lo confinaron junto con sus enseñanzas en el estadio del futuro reino milenial.

Usamos cookies propias y de terceros que entre otras cosas recogen datos sobre sus hábitos de navegación para mostrarle publicidad personalizada y realizar análisis de uso de nuestro sitio.
Si continúa navegando consideramos que acepta su uso. OK Más información> | Y más